DÍA DE MUERTOS

Mesa para dos

La comida es identidad. Esto se pone de manifiesto en nuestros actos cotidianos relacionados con la alimentación, y evidentemente, cobra un simbolismo especial en este Día de Muertos.

Los seres humanos funcionamos por símbolos. Ésta es la forma en la que tenemos referentes para movernos por el mundo. Los símbolos en el contexto de actividades rituales como la celebración del Día de Muertos no permanecen estáticos, sino que son cambiantes en el tiempo. De esta forma, aunque no lo creamos o no lo podamos ver en nuestro período de vida, las tradiciones son cambiantes: retoman elementos, quitan otros, los acomodan… incluyendo, claro, el festejo del Día de Muertos.

Uno de los elementos que permanece en la fiesta de los muertos es la presencia de comida. Y en este sentido, también han existido cambios alrededor de ella. La comida dispuesta en el altar que representa las preferencias del difunto sigue ahí, porque en el fondo, la comida nos define. ¿Se ha puesto a pensar qué comida o qué platillos son los que le gustaría tener en su altar? De los tacos al mole con pollo y arroz, seguramente los platillos preferidos de muchos de nosotros incluirían elementos, preparaciones, ingredientes o platillos enteros que remiten a otras culturas y otras latitudes. Para algunos puristas, un plato de sushi en el altar de muertos podría significar una afrenta a la tradición. Sin embargo, esto no es más que un signo de los tiempos, en los que probablemente nuestros abuelos nunca probaron el sushi, pero a partir de los cambios geopolíticos y económicos en el mundo, es parte del repertorio culinario de muchos mexicanos que por preferirlo, no dejan de serlo.

El cambio de los elementos que conforman una tradición está determinado por las condiciones socio-históricas de una época. Si pudiéramos viajar en el tiempo a la época colonial, tal vez seríamos capaces de reconocer por ciertos elementos que lo que se está festejando es un Día de Muertos. Pero es también altamente probable que no reconozcamos algunos de los pequeños elementos que conformen la celebración de aquellos tiempos.

Por poner un ejemplo, hasta hace no más de 30 años, los panes de muerto que se hacían en México no tenían rellenos de crema pastelera, ni de crema de avellanas —la cual es de origen italiano como alimento de la posguerra— y mucho menos chocolate o crema de té matcha. Incluso desde el mes de agosto, es posible ya encontrar estos panes. Y más que escandalizarse por estos cambios o volverse puristas, el hecho es que existen en el mercado porque hay una demanda que incluye la articulación de la innovación con la tradición, pero también la individualización del pan a modo que a cada quien guste y convenga. Y este proceso de individualización no es solamente en el sentido de las preferencias alimentarias, sino que es un macroproceso que se viene gestando desde hace ya algunos años en muchos más aspectos de la vida social.

El desfile de catrinas con sus respectivos disfraces —el hecho de disfrazarse trae inspiración del Halloween—, la escenificación del Día de Muertos hacia la mirada del extranjero y la exportación de esta tradición despiertan sin duda muchos intereses. Que uno de los estudios más grandes de animación dedique una película con inspiración de esta tradición no es casualidad. Nos guste o no, son los signos de los tiempos en los que algunas tradiciones se escenifican de manera folclorista para ser exportables y, en algunos casos, incluso redituables.

Luis Hernández García /luis.hernandezgar@hotmail.com

Autor: revistailpensiero

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