LA TRAGEDIA DE SER EL SEGUNDO

L´itinerante.

Tenía que haberlo imaginado desde que mi emoción estuvo del lado de Héctor en vez de Aquiles –pensaba eso mientras rompía aquel boletito de apuesta al caballo que había llegado en segundo sitio después de ir en primero durante toda la carrera-, Sargento, era el nombre de aquel equino de gran porte; General, supongo hubiera sido un nombre de mejor augurio.

No estaba seguro de volver a apostar, pero aquel caballo volvería a tener una participación a la semana  siguiente, sería su reivindicación, y la oportunidad de recuperar todo lo perdido. A la semana siguiente, con el olvido de aliado, regresé con el doble de dinero para rendirlo a favor de la suerte de Sargento. Al sonido del disparo, el caballo no me decepcionó, salió con poderoso ímpetu ganador, se adelantó a todos sacándole a su más cercano seguidor más de dos cuerpos de ventaja. Sus patas apenas rozaban la superficie, su cuerpo era una sincronía de velocidad y fortaleza, el jinete parecía una extensión de su lomo que lo comandaba firmemente al triunfo. Se acercaban al final, Sargento nunca disminuyó su paso, se crecía a cada zancada, pero, extrañamente un caballo de un carril en la orilla apareció como un error de escena en aquella película tan perfecta, su andar no me pareció tan veloz, sus movimientos eran comunes, insuficientes para lograr el mérito del triunfo; sin embargo, se acercaba a la meta como si una invisible mano lo adelantara mágicamente sin que pareciera hiciera esfuerzo alguno. Cien metros fueron suficientes para que de nueva cuenta mis esperanzas se fuesen al segundo sitio, rompí aquel boleto, con algo que no alcanzaba a ser decepción, ni era suficiente para nombrarlo coraje.

 Me entretuve a observar al caballo motivo de mi desazón anímica y próximamente económica, a  este no pareció fatigarle la deshonra de llegar en segundo sitio, su semblante no llevaba la carga de un perdedor; ajeno a todo, trotaba exactamente igual a como había llegado al punto de arranque, aunque con el físico menguado por la competencia. Me pareció curioso que el papel de salvador que le habían asignado, era solo una artificial cuita sin valor alguno para él, un destino que no buscaba, pero sobretodo, que ni siquiera sabía.

Me quedé un rato sin notarlo en una de las muchas butacas de plástico incómodo que había en aquel hipódromo, el cielo se cerraba y comenzaba a lucir de un gris que anunciaba una inminente lluvia, motivo apenas suficiente para convencerme de irme. Habían ya realmente pocas personas que continuaban rezagadas, cada uno se iba perdiendo, resolviendo de diferentes formas la manera de dejar a aquel lugar; a lo lejos vi un taxi que parecía esperarme, a mi paso no se encontraba alguien que pudiera ganarme aquel lugar, sin embargo en ese día  el segundo puesto era mi sitio, una mujer como sombra apenas visible, se escabulló, dejando a su paso solo su aroma y el seco sonido del apurado portazo  después de abordar. Si tan solo hubiese acelerado mi paso, si tan solo me hubiese levantado unos instantes antes, si tan solo hubiera discutido el puesto del cual era yo más merecedor; nada de eso hice, y la visible oportunidad de un último transporte se fue. La lluvia se dejó caer en una extraña sincronía entre el giro de la llave que daba marcha al motor, ese mismo “switch” pareció funcionar para activar una incipiente cascada del cielo.

Me preocupó un poco llegar tarde y desalineado a la cita que tenía con mi novia, aquella chica que había conocido unos meses atrás, esa misma que me juró amor eterno tras su matrimonio fallido de cinco años; en su palabras: yo era la segunda persona que realmente había amado en su vida.

Camine por no sé cuánto tiempo hasta que tuve la suerte de encontrarme con un taxi errante que pude abordar. Mis ropas iban mojadas hasta el escurrimiento, al parecer al chofer no pareció importarle mi estado, le dije la dirección y alguna indicación para que pudiera ubicar el lugar de mi destino y sin mediar palabra ni vanas cortesías nos encaminamos a mi ya retardado encuentro.

Un amargo ceño me recibía a la par que señalaba su reloj mientras en mi cabeza solo podía escuchar un ininteligible replicar en un idioma que me parecía desconcertantemente ajeno, como si de pronto el perfecto español por ella siempre pronunciable, se convirtiera en una nueva lengua que parecía el resultado de la amalgama de los ladridos de una jauría de perros. –Debí quedarme con Alberto-, fue lo único que alcance a distinguir de aquel apabullante discurso. Mi mente se quedó detenida mientras esa ligera frase me empujaba a la ira. Alberto, era su pareja anterior, yo era aquel  oportuno advenedizo que había por fin terminado de desbaratar aquella relación, en sus palabras: “una segunda oportunidad para el amor”. En mi mente comenzaron a correr todas aquellas secuencias de la vida en las que me había tocado  llegar en segundo lugar, aquel campeonato deportivo, o aquel concurso de oratoria, inclusive mi nacimiento después del primogénito. Consideré el afán desmedido de la sociedad por ese primer sitio, como si el número dos tuviese alguna maldición de la cual era necesaria huir a como del lugar, ¿y si la humanidad entera se había equivocado al medir y lo estábamos haciendo en forma invertida, y si el segundo puesto fuese el lugar de honor y el primero solo una avanzada del verdadero triunfante?  Y es que en toda esta secuencia caótica que es la numerología de la vida, no existe un lugar de honor, ni un sitio preferente, el tercer, el cuarto, el quinto sitio, siempre serán números aleatorios en busca de ser reconocidos no como esencia del primero, sino como lo que son: expresiones abstractas a las que les dotamos de un sentido.

La miré, y me dispuse a callar su palabrería con el segundo mejor beso que jamás haya recibido.

Autor: Cesar Augusto Escobar

Autor: revistailpensiero

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